Signos

Los signos del alba enfurecida,

han penetrado en la cabeza de la ironía,

como un arma mortal.

Los destellos de las silabas dormidas en mi silencio,

gritan,

asomando la luz que proviene de la furia.

Este dilema inconcluso,

donde las verticales obras,

se oxidan,

en el museo de la memoria.

Pero la acalorada sinfonía de letras,

se fija entristeciendo mis sentidos.

Es propio el saber de la hora muerta,

donde la que habita en el espejo habla,

y se enmudece la pasión.

Y nunca, es para siempre.

La que canta desde el ventanal esta llorando.

Se dedica si misma la melodía de la ausencia.

Clavando desdenes en la pared agrietada de recuerdos.

Mientras los lobos,

amigos incasables de la magia,

restablecen el camino andado de flores.

Cubriendo con aullidos de poder,

las cimientes rocosas, pero hermosas del firmamento.

La Espera de la Palabra

Entretanto,

La ola crece.

La poesía se anida en el silencio.

Las voces que amordazan,

al espíritu,

Son aves rapaces de ironía.

Creces tu,

dueño de los sueños,

y señor de las cenizas.

Te haces fuerte en mi misterio.

Infiltras tus cantos,

en medio del corazón incauto.

Crees tenerme.

Aumenta la espera,

en el umbral nocturno.

Te solidificas.

Quieres hacer de mi una oveja,

un gorrión enjaulado.

Soy y no soy.

Albergo lilas en mis pupilas.

Y dentro de mi espejo,

solo habita la furia.

Ya la nada es sumisa.

Albergo abejas en mis cabellos,

y destierro de todo mal,

las sombras que cautivan al pájaro.

Y llueve adentro,

como cuando las lágrimas,

ausentes de memoria,

recorren las rocas de mis mejillas.

Ausente,

El campo forrado de flores.

Guarecerme.

Esperar un tacto frío,

de tus manos silentes.

Evitar la guerra,

donde las letras y los espacios,

son los marcadores,

de un duelo que se acerca mortal.

Sortilegio

Te llamo por tu nombre.

Me falsifico una palabra.

Enredo la melodía sumisa del silencio,
Entre mis cabellos navegantes de poesía.

Vuelvo la mirada hacia tu brillo,

Me hechizo,

Me envuelvo en la dulce pócima,

Que yo misma he creado.

Navego por los horizontes,

De tus escamas negras,

Y me entretengo silbando al viento.

Dos lámparas que alumbran tu entrecejo,

Dejan ver el azul de su luz.

He tragado las letras de este poema,

Me he envenenado el cuerpo de profecía.

Tantos años siderales,

Para realizar,

Que mi fantasía mágica,

No es mas que un viaje en el tiempo.

Donde tu como ave inmortal,

Penetraste en el umbral de mi consciencia.

Volando entre las palpitaciones de mis sienes.

Hurgando mis entrañas ahora vacías de sentimiento.

Y es entonces el tiempo fuera del tiempo,

Donde se remarca la ausencia de tu presencia.

Las voces han callado.

Y los ojos hablan,

Los míos lloran.

Por que el sortilegio de mis manos,

Se ha manifestado.

Dominio de la Luz

Veo las figuras del silencio,

En una mañana que parece fuego.

Cantar y exorcizar el alma,

De los padecimientos adheridos al cuerpo.

Renombrar tu nombre,

Entre los labios rotos de un candil.

Y la magia se consume,

En el verso que no digo.

Manifiesto la elegía,

La dolencia,

El clavo marcado por la sonrisa,

Todo aquello que me indique,

La salida hacia el espacio en blanco.

Ya nada es cierto.

Las luces del dominio,

Se encierran asi mismas.

Se enfrentan al lúgubre desafío de la memoria.

Los escombros,

Que dejaron las tormentas del pasado,

Han comenzado su deseo fortuito,

De desvaneceserse.

Aunque el llamado del verbo,

Que no tiene nombre,

Establece sus propias reglas mudas.

Y se extravía en multitudes,

Donde el azul permanece intacto.